viernes, 13 de junio de 2014

La fábula de la primavera o cómo llegaste a sonreírle al desierto.

- Eh, chica triste, ¿quién te ha enseñado a sonreír?
- Las flores, señor, la primavera, ¿no ve que incluso la llevo puesta? Ya, ya sé, seguramente no pueda verla, no es fácil, le explico:
Usted no puede verme, señor, usted ve esto que es mi cuerpo tapado por esto que llamamos ropa. Ve mi pelo y mi cara y me ve sonreír y por eso me pregunta. Lo que usted no ve es la primavera rondándome la espalda, no, no le hablo de mariposas en el estómago ni de pájaros en la cabeza, le hablo de la primavera, de la luz saliendo a ráfagas de las costillas, de ojos llenos de semillas a punto de florecer; de flores, señor, le hablo de flores.
Sigue sin entenderlo, ¿verdad? No tiene que escucharme, tiene que verme: mire aquí, justo donde acaba el esternón, ¿ve la luz? esto antes estaba muerto, era un trozo de hueso muerto, negro, podrido.
¿Ve cómo brilla? Eso es la primavera.
Verá, señor, yo tampoco creía en marzo y abril siempre fue el mes más cruel. Pero me besaron. Me besaron y sus besos me han traído la primavera. Tiene semillas en los ojos, se lo juro, y florecen cuando se despierta y me mira. Y yo florezco. Por eso hablo de primavera, por eso la llamo primavera y ahora veo a marzo un poco más real. Incluso he perdido un poco el miedo a la crueldad de abril.

Yo antes no hablaba de flores, ¿sabe?. No fui yo. No la esperaba. Pero ahora ya ve, me han revuelto por dentro tanto, tantas vueltas de campana me han dado, me han convertido en animal y humano al mismo tiempo y, por fin, he sonreído.  

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